Viajar sola con mis hijas me da poder. Me hace sentir todo con mayor intensidad. Esta vez nos fuimos para el sur de Alemania, paramos en Bamberg y seguimos para Erlangen, por fin sur de Alemania, espere tanto como espere por conocer Polonia llevaba meses planeando una semana en el sur y nada que lo lográbamos, Lo hicimos y lo hicimos solas.
Lo hicimos en un tren ICE con un morral más grande y más pesado que ellas, más una bolsa de tela llena de comida y yo llena de emociones. Tomamos aquel tren muy temprano, aunque todas intentamos dormir, yo no lo logre, recuerdo que estaba viendo las noticias y de ultimo minuto aparecía un terremoto magnitud 8.5 que había azotado hace un par de minutos el sur de México. Que le pasa a este mundo, lo estamos destruyendo, la humanidad esta viviendo por estos años una avalancha de huracanes, terremotos, inundaciones, tormentas eléctricas, guerras, que no lo dejamos descansar. La madre tierra también necesita una pausa igual que esta mamá. Solo que la de la madre tierra es mas urgente. Igual yo me dirigía al sur a eso a descansar, a cotorrear con amigas, disfrutar la naturaleza y a respirar aire puro. Cada vez se acercaba más nuestro destino. Atravesamos bosque bosque y bosque hasta que llegamos a la ciudad de Bamberg. Bamberg es una preciosa ciudad medieval cuyo casco histórico fue declarado Patrimonio de la Humanidad en 1993, se encuentran aguas que discurren junto a pintorescas casas, calles empedradas, un Ayuntamiento flotando en medio de una isla, una catedral con más de 1.000 años, un viaje al pasado.
Hijas como me encanta viajar con ustedes, como me encanta el despelote, el caos, el llanto de una, las quejas de la otra, de verdad es que lo disfruto, disfruto solucionar el problema, llegar a un acuerdo, intermediar la situación, caminar empujado un coche, pero con las dos al hombro. Con ustedes conozco de otra forma y aunque nos falto ver la mitad de la ciudad, vi otras cosas que sin ustedes no hubiera visto, y si las hubiera visto no las hubiera disfrutado, saltamos entre piedras y sobre piedras, vimos la casa de los patos y como una escabadora hacia un hollo en bajada, conocimos a un abuelo de la zona que disfrutaba de la ciudad con sus nietos, escuchamos su historia, por ende la historia de Bamberg, compramos fresas y nos regalaron manzanas, nos cuidaron a Aurora mientras Lucía y yo jugábamos. Aunque las fachadas de las casa de Bamberg son lo de más admirar nosotras observábamos los tapetes de la entrada a las casas, las flores y los adornos. Por primera vez tuve la paciencia de ver aquellas postales turísticas que venden solo por que Lucía las quería admirar y por primera vez me senté a la orilla de un canal con los pies al aire a amamantar solo por que Aurora tenia hambre. Recorrimos lo que pudimos a la velocidad de la tortuga, pero con magia, con otra mirada. Ya mamadas decidimos continuar, continuar camino a Erlangen, el siguiente tren nos esperaba.
Llegábamos directo a Erlangen pero para dirigirnos realmente a Dechsendorf, un pueblito muy cercano que ya hacia parte de la ciudad pero realmente aún con bastante distancia de ella. Un pueblito de encanto, más bien un conjunto de casas inmersas en área de bosque protegido, todas a dos minutos de un enorme lago y otros cuantos pequeños, aquí iniciaba lo mejor del viaje, amigos para Lucía, amigas para mamá y bla bla bla. Con una casa de encanto en medio al bosque, con cisnes en el lago, con compañía para las copas y con mucho amor para dar. Pasamos tres días estupendo, sin apuros, con amigos que después de las primeras horas del primer día parecían familia, y los amigos hermanos. Sur de Alemania, amigos del sur volveremos pronto.