Seguimos viajado en familia con otra familia.
Viajar en familia con otras familias con niños menores de 10 años puede sonar algo aterrador. Otra familia, otra mamá mandona, otro papá despreocupado, otra niña desobediente y otro niño maleducado ?? Esta es la escena. Y listos para grabar.
Ya lo hemos hecho tres veces, viajar con otras familias por más de 7 días, si es una buena idea. Los niños estarán motivados al conocer a otros que como ellos tienen ganas de pasarlo bien. Los padres nos sentiremos acompañados y nos vendrá muy bien tener cerca a otros papás para hablar de cosas cotidianas o no tanto, y sobre todo para disfrutar viendo a nuestros hijos. El bolsillo siente de esta forma el ahorro. Por lo general, hasta el último detalle suele estar perfectamente organizado y pensado para conocer lo más destacado de cada destino. Las anécdotas se cuentan con mayor sentimiento, son aún más especiales y de anécdotas pasan a bromas.
Menos filas menos esperas. En toda parte dejan a pasar a dos mamás con cuatro micos encima. Aunque se tenga casi todo planificado, el ritmo es pausado. Visitamos 10 veces al día un baño y nos sentamos en muchas esquinas a descansar. Hay relevo. Los padres tienen derecho al descanso. Al menos a una caminata abrazados mientras los otros cuidan de la manada.
No necesitan ser tus amigos de máxima confianza, necesitan ser simplemente padres y estarán a tu lado en todo momento, por lo que todo es más tranquilo. Afrontar los problemas que puedan surgir siempre será más fácil teniendo personas que camina con tus mismos zapatos. En muchos momentos si es fácil perder la paciencia. Un viaje en familia con otras familias pondrá pruebas para superar. Así pues la capacidad para tomar los acontecimientos con calma, las situaciones de rabieta donde inicia uno y todos se contagian, serán testados una y otra vez.
Nuestra experiencia es que los que lo hacen una vez suelen repetir!!
Y ahora estamos en la zona cafetera.
El triangolo cafetero. Del olor a caña llego el olor a cafe.
Todo comienza un noche. Después de ya no se cuantas horas de carro, atravesando el interior de Colombia. Llegamos a una pequeña finca, los cuatro niños dormían, era ya más de media noche. Porque no se cual era la hora exacta. Solo se que estábamos cargados de cansancio. No estamos más acostumbrados a movernos en carro.
Después de dos paradas oficiales en la carretera, más otras diez buscando el camino. Nos empezamos a incorpora en la selva. Nada de lo que se espera estando en la zona del café. Pero no se puede olvidar que esto es Colombia, y en el triángulo del café se encuentra esto y mucho más, mucho mucho más.
Ya en la cama, ansiosos por el siguiente día, se escucha el canto de las luciérnagas, el correr del agua en el riachuelo cercano, como el viento mueve las palmas. Siento el respirar fuerte de Pier, el latido del corazón de Aurora, la piel erizada de Lucía. Escucho la tos de Frido, el roncar de Moritz. La voz de Katjia durmiendo a Oskar. Somos los ocho. los ocho durmiendo en menos de 10 metros cuadrados, bajo una casa de madera y sobre un piso de piedra. Pero con todo lo necesario. Solo una mesa, que hace de mesa de noche, escritorio, armario, y demás. Todo termina sobre ella. Lo importante es que las camas nos darían el descanso y sueños regeneradores.
Fue por estos días que Aurora cumplió un año. Ya fue celebrado al lado de los nuestros. Pero oficialmente es el 2 de abril, nos encontrábamos en una cabaña de madera, como la que el cerdito mediano construyo con clavos y puntillas. Allá abajo, sobre las siete de la mañana, le di su primer beso de siguiente año de vida. Y viva. El riachuelo se escuchaba a poco distancia, los pájaros cantaban, los perros ladraban, los cafetales. Mágico.
Un año de torta de banano. Un año de abrazos y sonrisas, un año de una dulcísima caprichosa bebé, de 72 cm de inocencia con un corazón grande así. Yo y Pier nos estremeció solo el pensar aquel momento 365 días atrás. Porque fue agotador, escalofriante e increíble, de verdad increíble. Fantástico. Como pudo pasar ya un año, no lo se. Pero gracias Aurora por ser una espléndida pequeña fuente de felicidad contagiosa.
Después de desayunar. Un día nublado, de cielo gris y lloviznas ocasionales. Tratando de alistarnos para salir. presenciamos un accidente. Otro accidente. Otra preocupación. A Lucía la aruño un perro en la cara. Le dejo una hermosa marca bajo el ojo. Escuchamos correr el perro, acercarse a ella, saltar encima de ella, vimos la cara tapada de barro y de bajo del barro el rojo fuerte de la sangre. Mi pequeña a parte del rasguño, sabemos que lo más duro fue el susto. Ese fue su dolor más grande. Y que haces cuando viajes y esto sucede, perro sin vacunas. Al parecer la herida no necesita puntos y el viaje continúa. Y así, esa mañana, mochila a la espalda o Aurora a la espalda y se parta a la aventura, a descubrir Salento. Primera parada la droguería de la plaza.
Segunda parada el Café de la plaza. Era una mañana lluviosa, como la lluvia en Berlín, poca pero constante. En busca de ponchos de lana para los niños. Definiendo que hacer. Terminamos pasando la mañana entre negocios, entre artesanías y entre charcos. Comiendo trucha, tomando canelazo, mezclando con cerveza y pasando con patacón. Comprando zapatos, y jugando en la plaza con un balón. Tres de la tarde, vagando por el pueblo, hasta que decidimos ir a un tour cafetero. Ya en caminos estuvimos detenidos por un camión, tres hombres y siete vacas. No sabía que era lo más entretenido del asunto, si el camión en pendiente de 30 grados, dando contra una colina, o los tres hombres dándoselas de vaqueros y ademas dandole duro a las vacas, o las vacas jugando con los vaqueros, sin darse por vencidas. Después de presenciar 15 minutos de show. Nos dieron paso y vencieron las vacas.
Larga tarde por cultivos de café, sembrar la planta, recoger granos, escuchar la charla, degustar café. Al final del tour queda para concluir que este es un trabajazo, un proceso, un manjar, que todavía no valoramos. Me da pena decirlo pero es que yo, nosotros, los colombianos de a pie, los que no tienen 20 mil pesos diarios para una libra de café decente, desayunamos siempre con un tinto hecho a base de basura. La pasilla. Literal lo que sobra, lo que las finca cafeteras deberían eliminar es lo que consumimos aquí. E igual que? Sigue siendo muy bueno. No soy amante de él. Aquella bebida que para mi a veces es amarga, a veces ácida, a veces dulce y a veces hasta salada. Siempre prefiero otra cosa, a mí que me den un jugo, un té o simplemente agua. Claro que por obligación me tome en estos días un par de tazas de espresso o de cappuccino. Igual que Lucía probo un sorbo y Aurora bebió hasta el fondo. Como no. Puro café Colombiano. En el 2011 la UNESCO declaró el Paisaje Cultural Cafetero Patrimonio de la Humanidad. Así que… ¿cómo ir a Colombia y no querer ser partícipe de su cultura cafetera, visitar una hacienda o finca cafetera e intentar descubrir los secretos del mejor café del mundo?
Esa noche subimos unos 500 escalones, tan solo y solo pero admirar de cerca las estrellas y ver este bonito pueblo iluminado desde las alturas. Ni hablar de la comida, por que después de la arepa callejera, paramos en un restaurante-café-bar, porque de todo tenia un poquito, pero de lo que más tenía era de un ambiente familiar colombiano encantador, sus muebles, su olor, los cuadros envejecidos, los armarios con polvo, las velas ya usadas. Fue con un amor soñado, nos enamoró poco a poco, nos lleno de detalles, tanto así que al inicio ordenamos solo dos jugos, de mora por supuesto. Después ordenamos dos platos, porque nadie tenia mucha hambre, ah, y dos cervezas, que después de comernos aquella orden, ordenamos de nuevo tres platos y otro jugo y otra cerveza y por ultimo 3 cafés. Tanto nos enamoró que entramos a las 8 y salimos a las 11, con dos maridos contentos, dos mamás desatrasadas y cuatro niños dormidos. Jajajaja como no enamorarse de la situación.
Al día siguiente, un lindo despertar. Alguien metía sus dedos en mi nariz. Pero, como de rutina, mochila, Aurora, listos los ocho y nos vamos para el Valle del Cócora, tratamos de salir lo antes posible. Tratamos. Habíamos decidido el día anterior, dejar los carros e irnos en Jeep. En Jeep Willys. Nos dirigíamos a uno de los sitios más especiales de Colombia. En este lugar crece la Palma de Cera, árbol nacional, una especie protegida debido a su peligro de extinción. Este árbol llega a alcanzar los 70 metros de alto, siendo la más alta del mundo y sólo crece a una altitud de entre 1500 y 3000 metros sobre el nivel del mar. Nosotros hicimos un divertido recorrido, caminamos por tierras resbaladizas, cruzamos por puentes colgantes, nos congelamos los pies en riachuelos, perdimos una parte del equipo en el bosque, escalamos montañas y descasamos en miradores, y como esto no fue suficiente, alquilamos siete caballos y un guía y nos fuimos hacer lo mismo pero a galope. Y no nos arrepentimos.
En resumida esta zona conformada principalmente por tres departamentos: Caldas, Risaralda y Quindío. No es necesario contratar un viaje todo incluido, ni un paquete ni un tour, es posible moverse por cuenta propia. Viajar por el eje cafetero es sencillo. Desde paseos a caballo hasta tiradas en canopi. Aquí hemos dormido en una cabaña de madera y puntillas. Hay montañas de todas las dimensiones, mulas cargando café, Jeeps Willys paseándose por la zona, vacas pastando, racimos de plátano por toda la carretera principal, palmas de cera como árbol nacional, nubes color plomo, casas coloniales de la Calle Real, canelazo para calentar, trucha cocinada en más de 20 formas, recolectamos café, también nos atacó un perro, nos llovió todos los días, nos resbalamos entre las piedras de río, discutimos, los niños se pelearon y de nuevo se reconciliaron. Todo lleno de magia.
Todo con mucho amor. Todo con mucha lluvia.
Partimos cuando la amenaza de lluvia se cumplió. Del regreso recuerdo el aroma del café, el sabor de la trucha, los patacones y el arequipe de maracuyá; me he quedado con el recuerdo de la gente de ojos bonitos y de la sonrisa caribeña. Mi Colombia inmensa y colorida, Un país con paisajes hermosos, con olores penetrantes, con la riqueza de la gente que lo habita. Un país que se percibe con los cinco sentidos.