Era una imagen. Como un cuadro posado en un tripode. De tanto tiempo esperaba verla en vivo. Desde el día que Malta fue escrita en nuestro itinerario de viaje 2018. Que imágenes tan sorprendentes las que veía atreves de las redes. Que historia tan llena de mestizaje. Que isla tan independiente.
Todo comenzó un par de meses atrás, cuando Pier de nuevo anuncia que en enero del 2018 viajara de nuevo con su equipo de trabajo. De inmediato paso por mi mente, lo sucedido el año pasado. Mi cumpleaños en el olvido. Lo recuerdo tanto, llegamos de Italia el 21 enero, y el 23 Pier salía de nuevo para Lisboa. Ahí quedo mi cumpleaños, entre descansar por la llegada de un viaje y el hacer maletas para el otro. Así que deje el libro, tome el computador, bastaron 5 minutos. Había decidido que esta vez celebraríamos en grande.
Aprovechando que papá trabajaba 3 días desde Malta, más la excusa de mi cumpleaños, fuimos a parar a Malta. Y que mejor decisión, que buen plan para salir del gris del invierno berlinés. Lo cierto es que este minúsculo país que parece anclado en el pasado tiene muchísimo que ofrecer y ha superado todas nuestras expectativas, Malta tiene preciosos pueblos amurallados, pocas playas pero en condiciones perfectas, distancias cortas, rica gastronomía, increíbles acantilados, espléndido sol y uno de los mejores legados prehistóricos del planeta. Un lugar ideal para recorrer en unos cinco días, una semana o para quedarse hasta un mes.
Que días!! Nos fuimos, sábado en la noche era el vuelo. Llegábamos seguramente agotados. Media noche, hotel, cama, vista desde el balcón, sueño profundo. La tia Isabel estaba con nosotros, y Andrea, mi amiga argentina, se había unido al plan con su madre, su esposo y su hijo, que hacia complemento perfecto a nuestro grupo familiar. Decidimos rentar un carro para recorrer la Isla y visto que la tía Isa viajaba con nosotros teníamos el cupo full. Al llegar al aeropuerto muy tarde en la noche, papá nos recogió y emprendimos nuestro primer recorrido de la isla hacia Silema. Un buen punto para recorrer la Isla al día siguiente. Malta, así hayan sido solo 4 días, divido nuestra experienciaia en Malta en dos. Pues hay demasiado texto, demasiadas fotos. Demasiado color y demasiada buena vibra.
Despertamos con el mar adelante la ciudad atrás. Con recarga de energía, iniciamos nuestro viaje a gusto mío, pues… era domingo 21 de enero, 29 años cumplía la mamá. Y el plan fue así:
Era el día reservado para conocer el famoso pueblo pesquero de Marsaxlokk, yo no se si el colorido de sus barcos se deba a que invasión, si fueron los turcos o si fueron las tropas de Napoleón, o si es por pura atracción turística. El colorido simplemente compacta perfecto con el turquesa de sus aguas y el abano de su arquitectura. Desde la bajada caminando al puerto desde el carro, vimos casi kilómetro de frente marítimo ocupado por un mercadillo, el “mercado del pescado” pero se encuentra utensilios diversos, un revoltijo de todo. Quedando la venta de pescado muy reducida. Sin embargo ver corretear a los pequeños por el puerto, las mqaret, pastas fritas rellenas de dátiles especiados, observar diminutas barcas y grandes barcas con tapete, ver ese contraste de cultura, hizo que todo valiera la pena.
Encaminados hacia el centro de la Isla, la meta era Mdina. Todo por buscar un poco de historia en un país que se encuentra en un lugar estratégico en el Mediterráneo y estuvo en poder de fenicios, griegos, cartagineses, romanos, bizantinos, aragoneses, árabes y de la Orden de los Caballeros de San Juan de Jerusalén que la gobernaron durante siglos. A mediados del siglo XVI hubo un intento fallido por parte de los turcos de invadir el territorio por lo que se construyeron las diversas fortificaciones que hay en las islas maltesas. En 1800 Malta se convirtió en una colonia británica y en los años 60 se independizó. Desde 2004 pertenece a la Unión Europea. Haciendo honor a su nombre, todos se peleaban por ella. Dulce como la miel. Será por eso que su nombre proviene de la palabra griega μέλι /meli/ que significa ‘miel’. Más que un acierto. Y es que de verdad atrapa. Es encantadora.
Así es que llegamos a la aquella llamada ciudad del silencio, una ciudad medieval totalmente amurallada, Mdina. Una ciudad diminuta, llena de callejones iluminados (hay quien los ve oscuros), una ciudad llena de puertas en cualquier dimensión, de cualquier color, en cualquier posición. Es una ciudad tan bien conservada y al no tener tráfico se hace una delicia pasear por ella, más con niños que no pararon de saltar y de jugar a que eran aviones aprovechando el viento que nos enredaba el pelo. Desde la muralla sur hay unas vistas estupendas. Fue por ahí donde decidimos para a tomar té, aunque lo que salimos bebiendo fue vino. La primera parada para el inicio de la celebración de mis 29 años. Yo me sentía en un cuento, el idioma maltés, la atmósfera y la historia se encargaban de relatarlo.
La fortificada Mdina era el lugar de residencia de la nobleza, y Rabat, la ciudad vecina, alojaba al pueblo, ambas fueron construidas por los árabes. Como Mdina tiene magia, Rabat no se queda atrás, esta a solo un paso de la otra. Se acercaba el atardecer y este día hasta el momento era pura gozadera. Aurora se portaba fenomenal, Lucía no se quejo de nada, Pier salió en las fotos, y en general todo el equipo logro empatía.
No conocíamos este destino y como ya es habitual en nuestras últimas escapadas en familia, nos sorprendió mucho por la amabilidad de la gente, las cortas distancias y el clima que se mantiene en la Isla por los meses de invierno. ¡Todo un acierto visitar Malta con niños! Todo un acierto visitar Malta con ustedes. Con mi familia, con otra familia.