Todo empezó hace unos años atrás. Mi hija mayor acababa de cumplir sus tres años, y yo pasaba un momento de decepción personal en el extranjero, sola, y con una familia.
Había terminado de almorzar y debía salir a mercar para después pasar a recoger a mi hija a la guardería, claro ya había hecho el ajuste número 101 a mi curriculum, ya había barrido, organizado, limpiado, lavado ropa, doblado ropa, hasta ya había sembrado plantas.
Estaba en camino a recoger a mi hija, me sentía serena, pero una sensación que no existía, de eso me iba a dar cuenta un par de minutos después, que todo era falso, que creía estar en un estado de tranquilidad y de equilibrio que en realidad no existía.
Llegar a recoger a mi pequeña de tres años, significaba llegar a sermonear, a repetir y a repetir, a ordenar, a exigir, hasta a llorar. Ese día a las 3:30 pm, me susurre yo misma al oído, -esto no puede ser así, Laura estas haciendo algo mal-.
¿Por que recoger a mi hija en donde fuera, era sinónimo de sermón, regaño, amenaza, control y llanto?.
Claro que mi hija cuando me veía todas las tardes en la guardería salía a correr hacia mi, me besaba, me abrazaba y me daba la mano para irnos, soy su mamá, pero que pasaba cuando había que recoger su desorden, vestirse, ponerse los zapatos y despedirse. Caos.
Medite con la almohada, así como muchas madres lo hacemos a diario, me di látigo, y no paraba de decirme -no lo quiero hacer más así-, difícil de interiorizar, porque al final fue la forma en que fui criada yo, en que fueron criadas mis hermanas y por supuesto mis papas, con sermón, con grito, con amenaza, con castigo y con llanto. Pero no lo quería más en mi vida, ni en mi relación con mi hija. Ya lo tenia claro, así que manos a la obra, intente bajar el tono de voz cuando hablaba con ella, intente mirarla a los ojos, intente manejar mi frustración personal y no mezclarla con mi el vínculo materno, intente muchas cosas, pero siempre caía en lo mismo. Cinco minutos después estaba sermoneando.
Mi primer gran paso fue leer, leer muchísimo sobre infancia, sobre necesidades infantiles, sobre psicología infantil, sobre lactancia, sobre vínculo materno; recuerdo que un viernes en la tarde cuando acaba mi curso de alemán, baje a la biblioteca de mi escuela, y tome seis libros sobre psicología infantil y neurociencia, eran tan grandes mis ganas de encontrar respuestas a esta forma de crianza antigua que todavía hoy se ve y siente en la calle, mis ganas de comprender su existencia y su forma de salir de ahí que no mi importo que los seis libros fueran en alemán avanzadísimo.
Mi segundo gran paso fue traducir algunos de los conceptos que en estos libros exponían. El tercero por supuesto fue leer en mi lengua materna, el español, sobre grandes personajes de la psicología como Sigmund Freud, Rudolf Dreikurs y Alfred Adler; y allí decidí quedarme, porque simplemente comprendí que lo que yo me preguntaba a diario en la crianza de mi hija, ya hace años lo habían estudiado, ya esta escrito, verificado, comprobado, admirado, y no entendía por que “carajos” esto tan hermoso nadie me lo había presentado.
Con el tiempo llegue al concepto de Disciplina positiva, que para mi hoy no es ningún concepto, es un estilo de vida. Yo entre a este camino para quedarme siempre en él hasta el infinito y más allá.
Me convencí poco a poco que no quería tener en mis pensamientos frases que yo escuche toda mi infancia, como: “en esta casa se hace lo que yo diga”, o “lo haces ya porque yo lo digo”, o “si no haces eso no hay de lo otro”, o “si no recoges te castigo” y etc. Todo eso no existía más en este mundo al que había entrado, y no debería existir, mucho menos hoy en día que contamos con tanta información y con un sin numero de estrategias para lograr una adecuada comunicación y lo más valiosos un respeto mutuo.
Mi primero año intentando poner en practica todo lo que había leído fue un total fracaso, claro una cosa es la teoría otra es la practica, y por supuesto no me iba a levantar de un día para el otro siendo una super mamá. Claro que no, pero igual una vez más me decepcione y sentía que lo estaba haciendo fatal, y sola, en el extranjero.
No me di por vencida y entre taller y lectura, lecturas y talleres, comprendí que para lograr cambios en la relación con mi hija, tenia que empezar cambiando yo. Estaba en el extranjero y la mayoría de talleres presenciales que se ofrecían en el tema estaban en España. Por dos años no pare de leer todo artículo sobre este maravilloso tema, no pare de interesarme por experiencias de educadores y padres en este campo, hasta que decidí que todo esto, yo quería compartirlo, yo quería sembrar en otras familias la semilla de la disciplina positiva, quería dar inicio a una conexión entre padres e hijos que no tuviera fronteras, que estuviera basada en el respeto mutuo.