Desde hace un par de años hablábamos de visitar el sur de Italia, después nos centramos en que sería Sicilia. Las circunstancias por las que viaja y en las que viajan las familias son muy distintas, y si las nuestras hubieran sido otras, posiblemente, muchas de estas cosas no hubieran pasado. Este viaje de 18 días en el sur de Italia, que es como viajar por zonas de cualquier país en vía de desarrollo, lo estamos haciendo con las mochilas y el equipaje de magia, uno de nosotros tratando de trabajar seis horas diarias, en transporte público el 80% y solo el 20% con carro rentado y con un presupuesto limitado.
Todas estas razones demandan invertir mucho tiempo en la logística, que es una de las cosas que menos lógica tiene cuando estás con un bebé y trabajas en el camino. Aunque no lo crean, si hubiera cambiado cualquier variable de las que les nombré, posiblemente hubiera sido diferente. Posiblemente no hubiera sido tan emocionante y enriquecedor.
A parte del Valle de los Templos, Agrigento fue para nosotros dolor de estomago, brioche de crema de pistacho, balcón con vista al mar, deliciosa comida y playa y más playa, a solo dos pasos de casa. Visto que no viajábamos en temporada alta, Agrigento fue para nosotros sociedad, abuelos sicilianos dando consejos a dos padres jóvenes, fue comer local, aprender de sus tierras, pasear sin prisas y tener toda la playa a solas para disfrutar.
Scala dei Turchi, nos dio muchos uaooo, y siguiendo el recorrido por el mar mediterraneo decidimos hacer paradas espontáneas en Torre de Salsa, la Playa Fiori y Eraclea Minoa. Así que ya estábamos completos y listos para los siguientes suspiros de hoy, en ruta a Marsala.
De los alrededores de Marsala, lo que las pequeñas más disfrutaron fue Erice, un pueblo de apariencia medieval pero de orígenes mucho más antiguos. La colina de Erice parecía más un acantilado, ronda de escalofríos saber que íbamos a subir hasta ahí. En la punta norte se impone un castillo, justo al borde del abismo. Las calles son estrechas, empedradas, llenas de arcos, murallas y torres. Alejándonos de la llegada del teleférico donde se celebraba el final de una carrera de autos antiguos, modernos y deportivos, se iniciaba a sentir la verdadera atmósfera de este pequeño pueblo que años atrás fue la casa de un héroe griego, rey de la ciudad. En Erice uno no se pierde, así que aquí ellas decidieron por donde andar, y así los papás pudieran decidir después en la visita a Trapani.
Un par de días después decidimos despertar a las 6:30 am para llegar a destino a las 8:00 am. No salimos a esa hora de casa, ni llegamos a esa hora a destino. Hemos encontrado una razón más por la que amamos viajar en tren y no en carro. El navegador y nosotros no nos entendemos. No sabemos mirar ni escuchar una pantalla. Se necesitaba una hora, una hora. Y nosotros ya llevábamos 40 minutos de camino y el navegador seguía marcando una hora!!! Divisamos Erice todo el camino, tanto que ya no quería ver otra montaña por miedo a saber que fuese otra vez Erice. Y así darnos cuenta que seguíamos en el mismo punto.
Exactamente así nos dimos una vuelta más por otra parte de estas tierras por las que no teníamos en mente pasar, más cultivos de uva, filas de olivos, una parada en una zona perdida y una pareja de ancianos que a duras penas lográbamos entender, porque italiano no hablaban, solo dialecto, y así terminaron vendiéndonos dos litros de aceite de oliva, su trabajo de un mes.
La mejor experiencia Sicilia.
Aquel destino era San Vito Lo Capo. Un playa del caribe en el mediterraneo. Con mis dos pequeñas vestidas de amarillo. Con un azul infinito. Con arena blanca infinita. Con gente infinita. Los italianos adoran la playa, era mediados de septiembre, un día entre semana, y estaba llena a rebosar. Sin embrago aquel destino, era la unica playa que estaba planeada visitar, nos encanto, no solo la belleza de sus aguas, si no el carisma del pueblo, la delicia de comida y lo grande que son los helados. Caminamos descalzos por calles sin carros, tomamos el sol sobre una piña y comimos calamares con papas a la francesa sentados sobre la arena.
Tarde noche después de la caída del sol, sentados en el carro, cinturones abrochados, estábamos listos para el siguiente destino, la última etapa del viaje, Palermo, capital de Sicilia. Un lugar por donde pasaron fenicios, griegos, romanos, árabes, normandos y españoles, donde la gastronomía juega un rol clave en el día a día de sus habitantes y donde cualquier esquina tiene personalidad. Evitando multitudes y encontrando el lugar perfecto para que papá pudiera trabajar, nos hospedamos en una hermosa villa, la llegada a un nuevo sitio es duro, cuando llegas con grandes expectativas, era la cuarta casa que haríamos nuestra por cinco días, el cuarto colchón que moldearíamos a nuestra silueta. Nos recibió un señor muy atento, zio Giovanni, nos ayudo con las maletas, nos dio agua potable para los siguientes días y hasta nos quizo estacionar el carro. Nos encontrábamos entre Palermo y la playa de Mondello. Por toda la via principal, siguiendo la costa. Por esos cinco días hicimos poco para movernos de ahí, no la pasábamos en la playa de al frente, una tranquilidad exorbitante, un agua cristalina y la mezcla de piedras con arena que a mi hijas tuvo entretenidas. Regresábamos a casa solo almorzar, de hecho nuestra visita al centro de Palermo se limito a una tarde. Solo cinco horas bastaron para visitar la capital, ver el atardecer, comer en una callejuela, y esperar por otras cinco horas un autobus, si otras cinco horas, los cuatro sentados sobre un anden con la ilusión de que la siguiente luz fuera aquella que nos llevaría a casa. Si sucedió pero a las 11:30 pm.
Desde aquella villa me levantaba al amanecer, alcanzaba a observar un bote a un kilómetro de la orilla que se bambolea. Llevo horas poniéndole atención desde la ventana de la cocina. Creo que podría ir, tomarlo y navegar. Y lo único que necesitaría sería solo decirles buenas palabras a esta altamar.
Pero este fin de semana será el regreso a casa para mi y Aurora, Pier y Lucía continuarán camino a Calabria.
A nosotros a decir verdad separarnos durante los viajes sucede muy seguido, y mi corazón se arruga saber que desde ese viaje, las separaciones serian aún más. Mientras tanto no cambiamos esos días de playa toda la mañana, pausa de almuerzo, playa toda la tarde, pausa helado. Así pasaron los días en la cercana Palermo, días de aventura, de mochila ligera y melenas enredadas.
¿Necesitas más razones para ir a Sicilia? No dudes en tocar estas tierras ajenas.
Después de 20 días de viaje agotadores pero sonrientes, he concluido que nadie te lo debe decir.
A mi nadie me dijo que algunos días iban a ser totalmente agotadores, que iba a sentir mi cuerpo vivo otra vez.
Nadie me dijo que nos íbamos a detener hacer pausa cada 30 minutos y así podíamos admirar el gato que cruza, la estrella fugaz y el carro verde limón.
Nadie me dijo que ellas cambiarían su rutina fácilmente y estarían felices de dormirse a media noche mientras mamá bosteza y se toma una infusión.
Nadie me dijo que llegar a dormir a una casa ajena sería para ellas llegar a un nuevo parque de juegos, un laberinto, una caja de sorpresas. Mientras mamá prueba el colchón.
Nadie me dijo que es el momento indicado para darte cuenta cuán importante son los abuelos, los familiares y los amigos cercanos. Los olores, las palabras nuevas, la comida todo les trae recuerdos de algo con alguien especial.
Nadie me dijo que íbamos a tener que inventar en el camino formas de hacer frente a pequeñas circunstancias, y que ellas nos enseñarían como.
Nadie me dijo que este viaje de viajar con niños iba a ser tan extraordinario, tan seductor.
Un viaje con ellas.
El viaje de nuestra vida.
Estábamos por partir, entraba el aire fresco por la ventana, algo que en un caluroso verano, se agradece, Aurora y Lucía subieron las escaleras de hierro que nos llevan a la salida, todo está más organizado, las maletas están de nuevo empacadas, la casa está tranquila.
Ahora que estamos aquí, y que estamos al final del recorrido, nos damos cuenta que con un hijo o con dos se puede seguir el mismo ritmo. Incluso estando embarazada y con padres separados.
Salidas de casa de más de 15 días es esta la tercera con dos pequeñas.
Esta vez hemos trotado realmente lento, lentamente hemos realizado este viaje. Nos hemos detenido más de tres días en una sola playa y más de cuatro días en una misma ciudad. Raro en esta familia.
Hemos recorrido mucho, pero ha sido sin prisa, nos hemos detenido por gusto o por obligación a mirar la colina, los cultivos, las olas y la luna.
Después de nadar por el Mar Jónico, Mediterráneo, nos despediremos hoy desde el mar Tirreno y lo último que veremos será el monte Pellegrino.
Ahora a coger el ritmo de casa. El de la cuidad, el de la capital, el de Berlín.